Asia: turbulencia

Asia: turbulencia

Por Clarisa Giaccaglia

Asia se ha convertido en el nuevo centro de gravedad mundial. Tierra de enormes contrastes, alberga desde tiempos inmemoriales una multiplicidad étnica, lingüística, religiosa y política. Mientras intenta afianzar su ascenso en el campo económico, y exporta al mundo entero distintos elementos de sus variados sistemas de creencias, es imprescindible, para tratar de entenderlo, desagregarlo en diferentes subregiones. En las páginas que siguen, un recorrido atrapante por el continente más poblado del planeta.
 
Doctora en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Investigadora asistente del CONICET. Docente-investigadora de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR). Coordinadora del Programa de Estudios Argentina- Brasil (PEAB) del Programa de Estudios sobre Relaciones y Cooperación Sur-Sur (PRECSUR), UNR


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Asia constituye el continente más grande y el más habitado del planeta, reuniendo al 60 por ciento de la población mundial. Tierra de enormes contrastes, alberga históricamente una multiplicidad étnica, lingüística, religiosa y política a la cual se han sumado, en años recientes, una serie de procesos contradictorios: potencias emergentes conviven con agudas desigualdades socioeconómicas. Igualmente, de un mismo continente provienen la doctrina gandhiana de no violencia, la visión pacifista nipona que aboga por la ausencia de ejército nacional, junto con el virulento extremismo del yihadismo.

Todo ello podría, no obstante, englobarse en un denominador común asociado a la imagen de turbulencia: siguiendo una trayectoria sinuosa y en forma de torbellino, Asia se ha convertido en el nuevo centro de gravedad mundial. Esta turbulencia puede ser símbolo de destrucción pero también puede significar un despertar con el advenimiento de nuevas ideas y, por ende, de una nueva forma de pensar el mundo.

Si bien en términos de emplazamiento terrestre tanto Asia como Europa ocupan el mismo continente territorial al que se denomina Eurasia, se consideran dos entidades diferentes por razones históricas, políticas y culturales. En este sentido, resulta curioso recordar que el término “asia” proviene del griego y se le atribuye originariamente al historiador Herodoto en el siglo V a.C. Si bien existen diversas acepciones sobre su significado, la mayoría de ellas la vinculan con la expresión “al este”, puesto que era utilizada para referirse a los territorios al este del mar Egeo. Asimismo, el concepto se empleaba para indicar el ascenso del sol, en contraposición al término “europa”, es decir, ocaso. Esta última acepción tiene lógica, teniendo en cuenta que en la antigüedad –y posiblemente por el desconocimiento de la existencia de América– se pensaba que así como el sol salía desde Asia, se ponía en Europa.

Ascenso y ocaso podrían volverse reveladores en nuestros días, y aunque la afirmación pueda resultar demasiado desafiante posibilita, al menos, una apertura a la reflexión, no solo sobre el destino de Asia sino del sistema mundial en su conjunto.

En efecto, las acaloradas discusiones en torno al Brexit y sus, hasta ahora, impredecibles consecuencias para el futuro de Europa, junto con la participación de ciudadanos europeos en varios de los últimos atentados terroristas ocurridos en el viejo continente, ponen de manifiesto un pensamiento eurocéntrico que atraviesa un profundo proceso de introspección política. En contraposición, el continente asiático parece querer despuntar en un ascenso que comenzó quizás en términos económicos –ya que concentra alrededor del 40% del PIB mundial– pero que busca también hacer valer un determinado sistema de creencias. En este sentido, tanto China como India –con culturas y prácticas claramente diferentes de las de Occidente– se han convertido en actores importantes en los asuntos globales, cuyas ideas sobre el mundo buscan influir en la configuración del orden mundial. A modo de ejemplo, cabe mencionar la teoría china del Tianxia (“lo que está bajo el cielo”), la cual recurriendo a esquemas conceptuales y filosóficos chinos propone un sistema universal del mundo y no de los Estados que posibilite el orden, la paz y la legitimidad sobre la base de la unidad en la diversidad.

Las visiones paradigmáticas alternativas no se restringen solo al ámbito político sino que se trasladan a otros campos como el de la medicina. Con significativas diferencias, la medicina oriental plantea una forma distinta de concebir el cuerpo humano. Con la invención del microscopio y el descubrimiento de la célula, la medicina occidental se concentró en un enfoque materialista del cuerpo. Es decir, se basa en la idea de que solo lo que existe en el reino físico es verdadero. La medicina oriental, en cambio, actúa sobre la energía que anima a las células. De esta manera, las terapias orientales como la acupuntura china o la medicina ayurvédica de India priorizan los tratamientos preventivos y la contemplación de la unidad cuerpo, mente y espíritu. Nuevamente, en este aspecto entonces, el avance de Oriente ha provocado un estado de agitación que alcanza a otras latitudes. En este contexto, Occidente apela cada vez en mayor medida a las medicinas alternativas en búsqueda de un regreso a “lo natural”, lo “orgánico” y a una salud holística e integrativa.

En términos negativos, también desde esta región se han consolidado esquemas políticos que buscan, en este caso, imponerse por la fuerza a nivel mundial: el accionar del terrorismo islámico y, recientemente del denominado Estado Islámico, revelan una turbulencia oscura y dañina que amenaza la convivencia y la paz mundial.

Por tanto, y en función de las múltiples realidades que plantea el continente asiático, resulta imperativo desagregarlo con vistas a su mejor comprensión. Es importante tener en cuenta que no existe consenso entre los especialistas –provenientes de la geografía, la historia y la política– en cuanto a la división de Asia en subregiones. En este sentido, se toma en cuenta aquí el criterio establecido por las Naciones Unidas, a partir del cual se considera que la región incluye 47 países, siendo posible diferenciar cinco regiones: Asia Central, Asia Oriental, Asia Meridional, Sudeste Asiático y Asia Occidental. Algunos especialistas añaden también a Asia septentrional, esto es, la Rusia asiática. No obstante, su incorporación conlleva la discusión en cuanto al verdadero carácter del territorio ruso: ¿la más asiática de Europa o la más europea de Asia? Dada la extensión de dicho debate y de la profundidad que el mismo requiere se ha optado, en esta ocasión, por dejar este tema de lado para ser considerado en futuros análisis.

El Asia Central es la región que engloba a las naciones que se encuentran en la parte nuclear de Asia, incluyendo actualmente a cinco países que obtuvieron su independencia luego del colapso soviético: Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Asia Central se ha caracterizado históricamente por sus pueblos nómades y por la Ruta de la Seda.

Aunque la región fue más bien ignorada durante la Guerra Fría, puesto que se encontraba bajo la órbita soviética, su importancia ha sido redescubierta en los últimos años. Asia Central es hoy en día una zona relevante a raíz de sus reservas de gas y petróleo vinculadas al Mar Caspio, de alto valor estratégico. Asimismo, es una de las vías de la seguridad energética de China, el terreno en el que Rusia desarrolla sus demostraciones políticas de fuerza regional y una zona de tránsito para diversas actividades delictivas y del fanatismo religioso. Consecuentemente, Estados Unidos, China y Rusia se han convertido en actores extrarregionales con gran interés en el seguimiento de los asuntos de esta zona geográfica.

Asia Oriental está formada por China, Corea del Norte, Corea del Sur, Japón, Mongolia y Taiwán. Los sucesos de Tiananmen en territorio chino, en 1989 implicaron una serie de sanciones por parte de importantes naciones desarrolladas tendientes a limitar el rol de Beijing a nivel internacional. Frente a ello, la dirección del Partido Comunista se propuso, a partir de los años noventa, delinear una política exterior focalizada en la buena vecindad. En este sentido, restableció relaciones diplomáticas con Corea del Sur en 1992, recuperó el diálogo con Japón –principalmente por el temor de que el Estado nipón recobre poderío propio– y finalmente también accedió a un mejor entendimiento con la relación más sensible, esto es, Taiwán, si bien el énfasis está puesto, en su totalidad, en los lazos comerciales.

Japón, por su parte, ha quedado al margen del nuevo club de poderes nucleares de la región (India, China y Pakistán) y, por consiguiente, ha sellado una fuerte alianza con el gobierno de India a fin de contener el avance chino.

Asia Meridional, más comúnmente señalada como el Sur de Asia está integrada por Afganistán, Bangladesh, Bután, India, Irán, Maldivas, Nepal, Pakistán y Sri Lanka. Asia del Sur conforma un área en la que predominan Estados con preocupantes problemáticas internas (demográficas, económicas y de seguridad) que generan altos niveles de inestabilidad política dando lugar a un ambiente inhóspito para el desarrollo de su principal poder regional: India. Entre los enfrentamientos más importantes ocurridos en los últimos años, es posible mencionar la intervención de Estados Unidos en Afganistán en octubre de 2001, el conflicto de Cachemira con un último enfrentamiento en 1999 y la guerra civil en Sri Lanka. A esta compleja realidad deben añadirse las históricas disputas fronterizas que India mantiene tanto con China como con Pakistán.

Sin embargo, y al igual que su par chino, el gobierno de India buscó también a partir de la post Guerra Fría una recomposición de las relaciones con sus vecinos. A través de una política de “retorno de India a Asia”, el gobierno propició un mayor acercamiento con la participación del país en una serie de cúpulas regionales: BIMSTEC, Mekong Ganga Cooperation, ASEAN y el proceso de integración regional de la South Asian Association for Regional Cooperation (SAARC), el cual constituye la iniciativa más relevante.

En definitiva, tanto en Asia Oriental como Meridional –con China e India a la cabeza– los conflictos militares han sido relativamente dejados de lado en vistas a priorizar los vínculos económicos recíprocos y una creciente pacificación de una zona otrora conflictiva. Dicha situación no solo remite a las respectivas esferas de influencia de estas potencias emergentes sino que involucra también a las propias relaciones entre ambos gigantes asiáticos. China e India están adoptando una visión estratégica y a largo plazo, planteando una relación bilateral con múltiples dimensiones (más allá de las disputas territoriales) y otorgando una importancia cada vez mayor a las posiciones convergentes en asuntos globales y regionales. Al mismo tiempo, las dos potencias estarían buscando garantizar la paz regional con el objeto de evitar la intromisión de potencias extrarregionales.

El Sudeste Asiático, conformado por Birmania, Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia, Timor Oriental y Vietnam, se ha erigido desde los años ochenta como un centro de acelerado crecimiento y de dinámico desarrollo económico. Más allá de la proximidad geográfica, existen pocos elementos que permitan visualizar al Sudeste Asiático como una sola entidad ya que en él conviven diferentes religiones, idiomas, regímenes políticos y modelos de desarrollo económico. No obstante, la región se ha caracterizado por una perdurable ausencia de conflictos armados interestatales.

Tomando como punto de partida el ya célebremente conocido modelo de industrialización de los gansos en vuelo, liderado por Japón, el Sudeste Asiático supo reafirmar su independencia consolidando un crecimiento económico propio bajo una fuerte conducción estatal. Dicho proceso se ha cimentado especialmente en el avance mancomunado de estos países en torno al proceso de integración de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).

Asia Occidental, por último, ha sido tradicionalmente identificada como Medio Oriente. Está compuesta por Arabia Saudita, Armenia, Azerbaiyán, Bahrein, Qatar, Chipre, Emiratos Árabes Unidos, Georgia, Irak, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Omán, Siria, Turquía y Yemen. Sin dudas, podríamos afirmar que se trata, hoy en día, del epicentro caliente de Asia. Desde el inicio de la primavera árabe en 2011, que comenzó en territorio africano, la región vive una situación de gran incertidumbre y aguda conflictividad. A los históricos conflictos entre israelíes y palestinos se ha sumado la guerra civil en Siria, profundas crisis políticas y socioeconómicas en Líbano y Yemen, y el reciente intento fallido de golpe de Estado en Turquía.

El convulsionado panorama político en esta región geográfica pone de manifiesto, más allá del enfrentamiento armado, el desarrollo de una lucha entre el islamismo político –que participa en las instituciones democráticas de los países del área– y los movimientos terroristas más extremistas que ya no solo buscan triunfar a nivel regional sino que desarrollan una cruzada internacional a fin de imponer sus valores e ideas, de cara al mundo occidental. El desenlace de esta disputa resultará entonces clave, tanto para Asia como para el conjunto de la comunidad global. En este contexto, los desafíos políticos se han vuelto enormes teniendo en cuenta que, hasta el momento, las pérdidas parecen haber superado a los triunfos: por un lado, naciones occidentales que padecen atentados terroristas de modo cada vez más frecuente; por el otro, el pueblo de Medio Oriente agobiado por la guerra y hundido en la desesperación de la emigración forzosa.

Asia: cuna de la paz y del terrorismo. Zona de ebullición económica pero también de conflicto armado. Tierra de gobiernos autoritarios aunque hogar de la democracia más grande del mundo. Lo cierto es que las aguas se están moviendo… ¿tsunami de conflictos o turbulencias de nuevas posibilidades? El sol volverá a salir por el “Este” y quién sabe qué traerá la marea.

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ASIA

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Clarisa Giaccaglia
Asia: turbulencia
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